Nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina (que se casó poco después con un artesano de la región), y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades-estados como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites.
A pesar de que su padre se casó cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en total, con los que Leonardo acabó teniendo pleitos por la herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que Leonardo se crió como hijo único. Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente, dibujando animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció.
ESTUDIOS CIENTIFICOS
El método científico de Leonardo se basaba fundamentalmente en la observación, «la ciencia fue el capitán, la práctica fue el soldado». Sus investigaciones científicas no se refieren exclusivamente más que a lo que ha estado acompañado de la práctica. Leonardo intentó comprender los fenómenos describiéndolos e ilustrándolos con mucho detalle, no insistiendo demasiado en las explicaciones teóricas. Sus estudios sobre el vuelo de los pájaros o el movimiento del agua son sin duda muy destacables. Como le faltaba formación básica en latín y en matemáticas, los investigadores contemporáneos ignoraron al sabio Leonardo; sin embargo, su sorprendente autodidactismo lo llevó a aprender latín solo.
En la década de 1490, estudió matemáticas al lado de Luca Pacioli y realizó una serie de dibujos de sólidos regulares en una forma esquelética para que formaran parte del libro Divina Proportione (1509). Estaba fascinado por la idea de lo absoluto y lo universal. Sin embargo, su cultura matemática era fundamentalmente práctica, con las limitaciones propias de los abacistes de su tiempo, con algunos conocimientos de la geometría euclidiana, de perspectiva y de mecánica, en la línea de lo que sabían los teóricos de su tiempo. Sin embargo, Leonardo concibió un instrumento con un sistema articulado destinado a permitir una solución mecánica para el problema de Alhazen, una cuestión esencialmente técnica, que testimonia un conocimiento profundo de las propiedades de la cónica.
Su nivel de física fue bastante limitado, no fue nunca artillero y nunca formuló teoría alguna relativa a la balística. Sin embargo, como lo atestiguan algunos de sus esquemas, Leonardo pudo intuir, como se podía observar en un surtidor de agua, arguyendo que no existía parte rectilínea en la trayectoria de un proyectil de artillería, al contrario de lo que se creía en aquel tiempo. Pero no profundizó en una vía que Tartaglia y Benedetti desarrollaron y que culminó Galileo. De igual manera, estudió los temas relacionados con la luz y la óptica; y en hidrología, la única ley que llegó a formular tuvo relación con los cursos de agua. En cuanto al ámbito de la química, cabe destacar la puesta a punto de un alambique y algunas investigaciones sobre alquimia que practicó en Roma. Si, en arquitectura, Alberti o Francesco di Giorgio se preocuparon por la solidez de las vigas, no lo hicieron desde formulaciones matemáticas como Leonardo, que se interesó por el problema de la flexión y consiguió definir «leyes» aún imperfectas, por ejemplo, en relación a la línea elástica en el caso de vigas de secciones diferentes. Así, eliminaba el módulo elástico y el momento de fuerza al que había aludido Jordanus Nemorarius.
PINTURA
A pesar de la relativa toma de conciencia y la admiración que Leonardo despertó como científico e inventor en los últimos años, su fama ha descansado sobre sus creaciones como pintor de varias obras, autentificadas o que se le atribuyen, y que han sido consideradas como grandes obras maestras del patrimonio universal.53 Nota 10
Sus pinturas son célebres. Por un lado, han sido copiadas e imitadas por los estudiantes, y por otro han sido el centro de debate y controversia entre los especialistas. Entre las cualidades, cabe destacar las técnicas pictóricas innovadoras que empleó, el sentido de la composición y el uso sutil de los esfumados de colores, el conocimiento profundo de la anatomía humana y animal, de la botánica y la geología, la utilización que hacía de la luz, el interés por la fisonomía, la capacidad de reflejar la forma en que los humanos utilizan el registro de las emociones y las expresiones gestuales. Dominaba sobre todo la técnica del «sfumato» y la combinación de sombras y luces. Todas estas cualidades aparecen reunidas en obras como La Gioconda, La Última Cena y La Virgen de las rocas.
La Gioconda. Iniciada en 1503, es sin
duda una de las pinturas más reproducidas de todos los tiempos. La Mona Lisa,
con su enigmática sonrisa, ha sido utilizada en infinidad de ocasiones en
carteles, portadas de libros y anuncios.
La Última Cena. Es proverbial la
lentitud con que realizaba sus pinturas el genial Leonardo. Sólo en La
Última Cena invirtió diez años, permaneciendo ocupado en ella desde 1488 a
1498. Este fresco, pintado en el refectorio del Convento de Santa María delle
Grazie de Milán, es sin duda una de las obras capitales de todo el
Renacimiento. Se trata de una pintura monumental, situada sobre el muro que
preside el refectorio de los monjes.
Leonardo plantea una escena inserta en una estancia fingida, que se desarrolla como una continuidad de la estancia real que la contiene. Situada a la altura del ojo del espectador, el espacio se representa mediante la utilización de la geometría y los puntos de fuga. Las figuras se disponen en grupos de tres, a un lado y otro de la mesa, conversando y gesticulando en torno a una figura central, Jesucristo, que, con los brazos abiertos, da la sensación de que calla. Se capta el anuncio de la traición y la institucionalización de la Eucaristía.
Leonardo plantea una escena inserta en una estancia fingida, que se desarrolla como una continuidad de la estancia real que la contiene. Situada a la altura del ojo del espectador, el espacio se representa mediante la utilización de la geometría y los puntos de fuga. Las figuras se disponen en grupos de tres, a un lado y otro de la mesa, conversando y gesticulando en torno a una figura central, Jesucristo, que, con los brazos abiertos, da la sensación de que calla. Se capta el anuncio de la traición y la institucionalización de la Eucaristía.
La Virgen de las Rocas. La primera versión de este cuadro, conservada en el Louvre de París, fue pintada en el momento en el que Leonardo llega a Milán, a partir del verano de 1482, por encargo de la Cofradía della Conzecione de Milán; esta tabla era la central de un tríptico completado por Ambrosio de Predis. La segunda versión, a la que corresponde esta imagen y que se conserva en la National Gallery de Londres, fue realizada bajo la dirección de Leonardo, que pinta partes concretas de la misma; pero, en general, puede atribuirse a De Pedicis. En esta representación de la Virgen, el Niño y San Juan, donde se incluye además la figura de un ángel, Leonardo plantea una composición piramidal y centrada, ordenada mediante la disposición de las figuras y por las actitudes de las mismas, que confluyen en la visión del Niño como punto central. La posición de las manos de los personajes y sus actitudes marcan un ritmo apacible y van definiendo un círculo, establecido por las propias cabezas de los personajes, que complementa la centralidad establecida mediante la pirámide compositiva. La escena se enmarca en un refugio rocoso, absolutamente irreal y sobrecogedor.
San Juan Bautista. Pintada entre 1513-1515 y conservada en el museo del Louvre de París, es una de sus obras más llamativas por lo enigmático. En un apasionante experimento de claroscuro que será muy imitado por pintores barrocos como Zurbarán o Caravaggio, Leonardo enfoca solamente el rostro del profeta. Su enigmática sonrisa, su dedo apuntando a la cruz que sostiene en alto, y muy particularmente su aspecto andrógino (que cuadra con el ideal de belleza humana de Leonardo)
Santa Ana, la Virgen y el Niño.
Realizado entre 1508 y 1510 y conservado en el museo del Louvre, este cuadro es
otra de sus obras maestras. La Virgen María aparece sentada sobre el regazo de
su madre, Santa Ana (aunque ambas parecen tener similar edad), e intenta
amorosamente separar a Jesús del cordero, símbolo de la pasión y el sacrificio
al que está destinado. El Niño Jesús, sin embargo, se abraza al corderillo, que
vuelve su cabeza para mirarle. El paisaje de fondo, como es habitual, ha sido
elaborado con todo detalle. Una obra conmovedora por su intensa dulzura, que no
impide la insinuación de negros presagios.